jueves, 1 de marzo de 2018

Un poeta multicoleccionista


 

Pablo Neruda (1904-1973) decía de él mismo que era un "marinero de tierra firme": le gustaba el mar, pero a distancia. Por eso vivía rodeado de objetos marineros, en una casa llamada Isla Negra, en la Comuna Lo Quisco, en uno de los lugares más bonitos de la costa chilena, a cincuenta metros del océano pacífico con vistas, olor y ruido de mar.

 


Como consecuencia de esta fascinación por el mar, a lo largo de su vida el poeta fue reuniendo una deliciosa colección de mascarones de proa, con ejemplares de una gran belleza y de elevado precio.
Cuando tuve la suerte de visitar Isla Negra, me sorprendió comprobar que además de mascarones Neftalí Reyes -que este era su nombre de nacimiento- coleccionaba otras muchas cosas. Neruda era un multicoleccionista nato y en su refugio de la costa, más aunque que en la Chascona y la Sebastiana, sus casas de Santiago y de Valparaiso, había ido acumulando tesoros muy diversos, desde una máquina de tren hasta restos de un naufragio.

 

Una de sus colecciones más bonitas es la de botellas de licores. En el mercado de las pulgas de París, Neruda se había dejado en más de una ocasión el dinero de la cena, anteponiendo el deseo de poseer un objeto bello, al hambre saciada.

 

Otra de las colecciones que fascina es la de barcos en botella. Hay de muchos tipos y tamaños, pero todos de una gran belleza. Por cierto, que los conservadores de la casa han tenido la buena idea de vender reproducciones, una de las cuales, forma parte de mi propia colección de barcos enjaulados.
También hay mariposas tropicales, escarabajos y una notable, notabilísima colección de caracoles marinos.
 

Pero el afán coleccionista de Neruda no se paraba aquí, por eso había reunido también máscaras, instrumentos musicales, barcos a escala, representaciones de animales y un largo etcétera con un único denominador: todo el que reunía, ya fuera simple o muy valioso, era indudablemente bello.
El poeta murió pocos días después del golpe de estado contra Salvador Allende, su espíritu, pero, se mantiene vivo de una forma intensamente perceptible, no sólo a través de sus textos sino también y oso decir que sobre todo, a través de los objetos que amó y conservo.

 


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