Las placas de cava -la denominación "chapas" suele
quedar reservada por el tapón corona- son pequeñas piezas de metal que
conjuntamente con el bozal de alambre sirven para evitar que la presión que
ejerce el gas contenido en los vinos espumosos acabe expulsando el tapón.
Desde que hace once años un pequeño grupo de aficionados
fundó en Barcelona la primera asociación de coleccionistas de placas de cava,
el interés por estos objetos no ha parado de crecer.
Placas de cava y
champán
Las placas fueron inventadas por Adolphe Jacquesson en
Chalons sur Marne, una pequeña población de la Champagne, en Francia, en 1844.
En un principio eran todas anónimas y presentaban unos mayores entalles que
permitían el paso de las patas del bozal. Posteriormente, a finales del siglo
XIX, estas mismas placas "entalladas" se empezaron a personalizar
embutiéndo por un sistema de troqueles, el nombre de la marca o de la cava. A
principios del siglo XX aparecieron en Francia las primeras placas litografiadas,
un sistema de impresión que aplicado sobre la plancha de metal permitía incluir
textos más amplios, dibujos y colores.
En Cataluña, donde el cava nace oficialmente en 1872, las
primeras placas personalizadas, del tipo estampado-entallado son de los años
treinta. Después de la guerra civil la falta de materia prima obligó a los
fabricantes a reutilizar recortes y latas de conserva usadas, lo que nos ha
permitido encontrar algunos ejemplares curiosos de placas con inscripciones en
el interior que nada tienen que ver con el mundo del cava.
En nuestro país las primeras placas litografiadas son de
finales de los años 60 e inicios de los 70 y ya no presentan entalle sino una
simple muesca de dimensiones mucho más reducidas.
El coleccionismo
En cuanto al coleccionismo, sus inicios remotos, siempre a
nivel individual se pueden situar en los años ochenta del siglo XX, si bien,
como decíamos al principio, el gran impulso se produjo a mediados de los años
90.
Dos fueron las causas de este impulso. Por una parte la
fundación de la primera asociación de coleccionistas de placas de cava que
trajo aparejada la organización de los primeros encuentros de intercambio. Por
otro la edición en 1995 del primer catálogo de placas de cava, sólo tres años
después de la publicación del primer catálogo mundial, el de placas de champán.
Actualmente el número de aficionados supera los cinco mil,
fundamentalmente centrados en Cataluña, pero con núcleos diseminados por el
resto del Estado español, especialmente en Madrid y Comunidad Valenciana.
En cuanto a las placas, la posibilidad de negocio a llevado
a muchos cavistas a interesarse por el tema, lo que ha dado lugar, sobre todo a
partir del boom del año 2000 a un
crecimiento desmesurado del número de novedades. Así, mientras que hasta la
publicación del primer catálogo cada año aparecían entre 15 y 20 placas nuevas,
en 1996 aparecieron 50: en 1998, 100; en 2000, 200; en 2001, 500 y 2003, 750...
Una progresión difícilmente sostenible para el simple aficionado que se ve
incapaz de mantener la colección mínimamente actualizada.
Paralelamente ha ido surgiendo un pequeño mercado de
compra-venta de placas, que en un principio se centraba, sobre todo en las
placas antiguas, pero que ahora se decanta casi exclusivamente por las
novedades. En cuanto a los precios y centrándonos en las placas antiguas,
muchos ejemplares se sitúan alrededor de los 150 euros y llegan a menudo a
doblar y triplicar esta cifra. Para algunos ejemplares únicos se han llegado
pero a pagar más de 3.000 euros.
Jordi Viader
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